Saturday, March 12, 2016

Arrancados del altar

En octubre de 1730, ante el altar mayor de la iglesia del hoy desaparecido Convento de la Puridad de Valencia, se consumaba una alianza de riqueza y poder. El novio era Don Juan Diego Verdes Montenegro y Castro Basanta, de 41 años, caballero de la Orden de Santiago, miembro del Consejo de Su Majestad en el Tribunal de la Contaduría Mayor y Contador Principal del Reino y del ejército de Valencia. Era hijo de Francisco Verdes Montenegro, Señor de Sistallo, y hermano de Fernando Verdes Montenegro, que había sido ministro de Hacienda del Rey Felipe V y era en ese momento miembro del Consejo de Indias. Don Juan Diego pertenecía, por tanto, a una hidalga familia gallega que comenzaba a forjar una dinastía política en la España de la época.

La novia, la joven Mariana de Tárrega y Sanz de la Llosa, de apenas 21 años, era, por parte de su abuela, Jesualda Sanz de la Llosa Sanz de Alboy y Sanz de Señera, la heredera de los señoríos de Benemejís y Señera en Xàtiva, que habían sido poseídos por los Sanz desde los tiempos de la reconquista de Valencia por el rey Don Jaime. Por parte de madre, Doña Mariana era nieta de Fausta de Malferit y de Jacinto Roca y Ferrer, marqueses de Malferit, uno de los principales títulos de la nobleza valenciana.

Antiguo emplazamiento del Convento de la Puridad en Valencia
De la importancia de la ceremonia matrimonial daría fe el rango de los asistentes. Fue presidida por el Doctor en Derecho Don Pedro Antonio de Arenaza y Garate, Oidor de Causas Pías y Matrimoniales, enviado especial del Ilustrísimo Arzobispo de Valencia, y actuaron como testigos tres miembros de la nobleza titulada de origen valenciano: Don Giner de Perellos, Marqués de Dos Aguas, Don Manuel Ferrer, Caballero del hábito de Santiago y Marqués de Sot, pariente de la novia, y Don Nicolas Castellví, Barón de Bicorp y Conde de Castellá.

Palacio de los Escrivá, adquirido por los Verdes Montenegro
Durante los siguientes 30 años todo parecía favorable a la perpetuación y engrandecimiento de esta poderosa alianza. En 1735 nacía el único hijo varón de Juan Diego y Mariana que sobreviviría a la infancia, y al que bautizaron en la iglesia de San Esteban con los nombres de Francisco de Paula Vicent Jochim Manuel Juseph Esteve Luys. Francisco de Paula recibió la preparación que correspondía al heredero de tan principal pareja. Así, en 1745, antes de cumplir los 10 años, probó nobleza para ingresar en la Orden de Santiago, como lo había hecho años atrás su padre.

Por su parte, Don Juan Diego, con una clara visión dinástica, no sólo emprendió vastas reformas en un palacio gótico próximo a la iglesia de San Esteban, adquirido a la familia Escrivá, sino que, tras convertirse en principal patrono y benefactor del Convento de San José, hizo de la capilla de Santa Teresa su panteón y el de sus descendientes. En dicha capilla, según las crónicas, “se construyó una nueva cubierta de cúpula de media naranja con lunetos y se instaló un zócalo de azulejos con el blasón de los Verdes-Montenegro”. El plan pareció alcanzar su clímax en 1762, cuando el Rey D. Carlos III concedió a Mariana el título de marquesa de Benemejís por los grandes servicios pecuniarios prestados al Estado. Se cimentaban así las bases de la dinastía.


Convento de San José
Pero el destino iba a trastocar los planes de los marqueses. El heredero, Francisco de Paula, a pesar de alcanzar casi la treintena, no parecía inclinado a contraer matrimonio con una dama de su rango para acrecentar el poder de la familia. La razón es que se había enamorado de una joven plebeya, Isabel María LLopis, natural del Vall del Duc, en Castellón, e incluso había solicitado de Su Santidad las bulas necesarias para satisfacer su deseo de casarse con ella. La marquesa de Benemejís, sin embargo, estaba decidida a apartar a esa mujer de la vida de su hijo y de los planes que tenían para él, de forma que logró frustrar ese enlace, a pesar de que Isabel estaba ya embarazada. Debió ser tal el amor o el deseo de Francisco por Isabel que, aunque nunca fue un hombre de carácter, no se plegó del todo a la voluntad de su madre e intentó de nuevo casarse con su amada cuando ya habían tenido juntos tres hijos varones.

No sabemos de qué medios se valió la marquesa, pero lo cierto es que cuando el sacerdote se disponía a bendecir a la pareja, la marquesa consiguió arrancarles del altar. Isabel, no pudiendo soportar tanta aflicción fallece, dejando a sus hijos desamparados, pues Francisco, ausente Isabel, no pudo o no supo reunir el coraje para enfrentarse a su madre y a la sociedad y asumir cabalmente su responsabilidad paterna, si bien nunca se casó con ninguna otra mujer ni tuvo más hijos que los habidos en su relación con Isabel.

Memoria presentada por los hijos del marqués en 1815
Solo pasados los años, en 1796, ya muerta la marquesa, Francisco, habiendo entrado plenamente en posesión del marquesado de Benemejís y de su enorme riqueza, y siendo ya un hombre de 60 años, firmaría una solemne declaración de reconocimiento de los hijos tenidos con Isabel, a quienes daba formalmente su apellido y asignaba una renta que les permitiría vivir con el decoro de las personas de su linaje. El marqués, sin embargo, moriría en febrero de 1803 sin otorgar testamento, de forma que el título y la fortuna de los Benemejís pasaron al hijo de su hermana, Antonio de Salavert y Verdes Montenegro, que raudo despojó a los hijos del marqués de la renta asignada por su padre. Pero Antonio murió, a su vez, sin descendientes y el título fue a parar a una rama colateral de los Sanz, parientes muy remotos de la marquesa Dª Mariana, que alegaron ser descendientes de su sexto abuelo, el fundador del vínculo de Benemejís, Don Francisco Gaspar Sanz, en 1555.

Corrección de partidas de bautismo, 1801
Quiso pues el destino hacer una jugada cruel a la orgullosa marquesa. No sólo los planes dinásticos forjados cuando era una joven de 21 años, al contraer matrimonio con Juan Diego Verdes Montenegro ante el altar mayor de la iglesia del convento de la Puridad, nunca se materializarían, no sólo las tumbas en el panteón del convento de San José, soberbiamente coronadas con el escudo de los Verdes Montenegro, permanecerían vacías, sino que su propia sangre, la de aquellos caballeros Pierres y Iaques Sanz que cabalgaron con el Rey Don Jaime I de Aragón en la reconquista de Valencia, sólo se perpetuaría en nosotros, los desposeídos descendientes de su odiada Isabel Llopis.

Vicente de Paula Verdes Montenegro, hijo del marqués y de Ysabel María Llopis, fue padre de Joaquín Verdes Montenegro y Almenara, abuelo de Luis Joaquín Agustín Verdes Montenegro, padre de Emilia Verdes Montenegro Morelli, mi abuela.

3 comments:

  1. Qué bonita y triste historia de amor. Creo que a pesar de las injusticias de hoy en día, vemos que la humanidad ha avanzado un poquito gracias a las luchas sociales. Esta historia hoy seria imposible, las leyes hubiesen protegido a Ysabel Llopis y a sus hijos. Por otra parte, qué bien escrito este relato y qué emocionante es conocer la historia de nuestros antepasados.

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  2. Me encanto tu historia, muy bonita de verdad.
    Soy Hidalgo de apellido y mi abuelo era de Lucema, pero no puedo dar con ellos. Sabes como puedo saber de ellos?, son de los 1800.
    Gracias

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    1. Gracias. Con respecto a tu abuelo, si tienes su fecha aproximada de nacimiento puedes dirigirte al archivo parroquial de la iglesia de San Mateo de Lucena y solicitar un extracto de su partida de bautismo. Allí constará el nombre de sus padres y posiblemente el de sus abuelos, así como sus lugares de origen. A partir de ahí es tirar del hilo.

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