Prólogo: en un lugar de las Indias
La isla Margarita o simplemente La Margarita, como se la conocía en los vastos territorios de la Monarquía española en América, fue testigo de algunos de los primeros asentamientos europeos en las Indias, más antiguos que los de Tierra Firme. Era parte de un "nuevo mundo" que en sus orígenes fue sobre todo antillano y en el que los centros de poder estaban en Puerto Rico, cuyo obispo ejerció jurisdicción eclesiástica sobre la isla hasta finales del siglo XVIII, y en Santo Domingo, de cuya Real Audiencia dependió política y administrativamente hasta 1739. En la época en que se inicia nuestro viaje -principios del siglo XVIII- La Margarita permanecía más conectada con ese mundo que con la provincia de Venezuela, a la que entonces no pertenecía.
Era una tierra yerma y semi árida, sin ríos o corrientes permanentes de agua, sin yacimientos de oro ni recursos importantes una vez agotadas las pesquerías de perlas de Cubagua hacia 1535. Pero incluso en ese remoto rincón, la Monarquía española -que así llamaban los españoles de la época a su imperio- desplegó sus instituciones e implantó su jerarquizado sistema social. Éste encontraba fiel y perfecto reflejo en los libros parroquiales, donde se llevaba un cuidadoso registro de los nacimientos, matrimonios y defunciones de los habitantes de La Margarita: había un libro de “blancos y españoles” para los descendientes de los conquistadores y colonos originales y de los españoles venidos después; un libro de guaiqueríes, que era la denominación de la población indígena de la isla; y, finalmente, un libro de “esclavos, pardos y mestizos”. Para un ojo entrenado, el examen atento de estos libros es como abrir un portal temporal a La Margarita de entonces.
Portada del libro de matrimonios de blancos de 1713. Iglesia parroquial de Santa Ana del Norte |