Monday, August 13, 2018

La Margarita, Indias españolas, año 1700

Prólogo: en un lugar de las Indias



La isla Margarita o simplemente La Margarita, como se la conocía en los vastos territorios de la Monarquía española en América, fue testigo de algunos de los primeros asentamientos europeos en las Indias, más antiguos que los de Tierra Firme. Era parte de un "nuevo mundo" que en sus orígenes fue sobre todo antillano y en el que los centros de poder estaban en Puerto Rico, cuyo obispo ejerció jurisdicción eclesiástica sobre la isla hasta finales del siglo XVIII, y en Santo Domingo, de cuya Real Audiencia dependió política y administrativamente hasta 1739. En la época en que se inicia nuestro viaje -principios del siglo XVIII- La Margarita permanecía más conectada con ese mundo que con la provincia de Venezuela, a la que entonces no pertenecía.

Era una tierra yerma y semi árida, sin ríos o corrientes permanentes de agua, sin yacimientos de oro ni recursos importantes una vez agotadas las pesquerías de perlas de Cubagua hacia 1535. Pero incluso en ese remoto rincón, la Monarquía española -que así llamaban los españoles de la época a su imperio- desplegó sus instituciones e implantó su jerarquizado sistema social. Éste encontraba fiel y perfecto reflejo en los libros parroquiales, donde se llevaba un cuidadoso registro de los nacimientos, matrimonios y defunciones de los habitantes de La Margarita: había un libro de “blancos y españoles” para los descendientes de los conquistadores y colonos originales y de los españoles venidos después; un libro de guaiqueríes, que era la denominación de la población indígena de la isla; y, finalmente, un libro de “esclavos, pardos y mestizos”. Para un ojo entrenado, el examen atento de estos libros es como abrir un portal temporal a La Margarita de entonces.

Portada del libro de matrimonios de blancos de 1713. Iglesia parroquial de Santa Ana del Norte

¿Cómo era la isla Margarita en la última década del siglo XVII y la primera mitad del XVIII?

Era una sociedad pobre en comparación con los grandes centros virreinales de las Indias, como lo atestigua la modestia de las construcciones que se han conservado de la época: la antigua iglesia matriz de la población de La Asunción; la iglesia parroquial de la villa de Santa Ana; o las fortificaciones de los puertos de Pampatar y Juangriego, que no resisten comparación con los impresionantes sistemas defensivos construidos por los españoles en Cartagena de Indias, La Habana o Puerto Rico. No había apenas suelos fértiles ni recursos hídricos que permitiesen una actividad agrícola importante, más allá de la de subsistencia, y las principales actividades económicas consistían en la pesca y el pastoreo.

Los habitantes de la isla se dividían principalmente entre los de La Ciudad, que es como se hacía referencia a la localidad de La Asunción, y los de El Valle, que eran los de la villa de Santa Ana y su comarca, conocida también como el Valle del Norte. Ésta extendía su jurisdicción hasta el puerto de Juangriego y el valle de Pedro González por el norte y hasta el de Tacarigua por el sureste. Además de la ciudad de la Asunción y del Valle del Norte, había otros cinco partidos: el valle de San José de Paraguachí, el puerto principal de Pampatar, el valle del Espíritu Santo, el valle de San Juan Bautista y el valle de Los Robles.

Plano de la isla Margarita por Juan Betín, 1660. Se puede ver (13) Santa Ana del Norte y (6) La Asunción.

El Vecindario o censo de la Margarita realizado en agosto de 1757 por orden del Gobernador y Capitán General de la isla, don Alonso del Río y Castro, proporciona datos interesantes: la población total de la isla era de 10.064 habitantes de los cuales 1.887 eran indios guaiqueríes (19%) que vivían de manera muy precaria en siete “poblados de guaiqueríes” repartidos entre cuatro de los siete partidos. En concreto, había poblados guaiqueríes en Los Dos Cerritos (Pampatar); en El Tirano y Manzanillo (San José de Paraguachí); en El Cercado, Juan Griego y el valle de Pedro González (Santa Ana del Norte); y en el Puerto de la Mar o Porlamar (valle del Espíritu Santo).

Según el Censo -que quizás en este punto no sea una fuente totalmente fidedigna-, la mayor parte de los cabezas de familia estaban unidos en matrimonio. De los 1.436 cabezas de familia que representaban a los 8.177 habitantes no guaiqueríes, 1.212 estaban casados o eran viudas o viudos (84%) mientras que sólo 224 eran solteros o solteras. Todos estos cabezas de familia no guaiqueríes, tomados en su conjunto, tenían a su servicio 1.105 criados libres y 620 criados esclavos.

En la villa de Santa Ana y demás partidos de la Banda Norte, una treintena de familias descendientes de los primeros conquistadores y colonos del siglo XVI constituían el patriciado “blanco” y se consideraban “españoles”. Eran los Alfonso, Quijada, González, Velázquez, Díaz de Hinojosa, Mata, Santa María, Rodríguez, Rojas, Marcano, Ximénez, Guerra, Villarroel, Villalba, Tovar, Salazar, Brito, Millán, Bauza, Marín, Malaver, Amundarain, Moreno, Morado, Lista, Romero (o Martín Romero), Lares, Meneses de Acosta, Moya, Gil y Coello.

Algunos miembros de estas familias, a pesar de su estatus social de “blancos”, contaban en sus genealogías con algún indígena guaiquerí, mestizo o “pardo”, como se puede constatar tras un examen cuidadoso de los libros parroquiales de la época. Muchos servían a la Corona en las milicias de voluntarios blancos y utilizaban como título de tratamiento no sólo el don, sino los grados militares de cabo de escuadra, alférez, teniente, sargento o capitán, según el caso. También esta élite social era semillero de eclesiásticos, como don Manuel Bernardino Meneses de Acosta, cura coadjutor de Santa Ana en 1730 y rector de San José de Paraguachí en 1740, o don Diego de la Cruz de Amundarain, teniente de cura de Santa Ana en 1755.


Los guaiqueríes, segundo estamento en importancia de la isla, eran al parecer físicamente distintos de los indios caribe de Tierra Firme y de las Antillas. Los cronistas les describían como altos, de pómulos salientes y bastante más pacíficos que otros indios, lo cual seguramente explique que dos siglos después de iniciarse la conquista española de América lejos de haberse extinguido, como los aborígenes de La Española o de Puerto Rico, subsistieran en comunidades relativamente numerosas y se hubiesen mezclado con los europeos. Los guaiqueríes, al menos en la Banda Norte, a menudo respondían a apellidos que les eran característicos: Lunar, del Pino, Franco, Vizcaino, Vicente, Cortesía, Serrano, Valerio, Ramos, Vargas, Carrión y Carreño. Sin embargo, algunos también llevaban apellidos como Rodríguez, González, Jiménez y Díaz, que compartían con blancos y "pardos".

Antigua iglesia matriz de La Asunción (hoy catedral)

Si bien al no existir explotaciones agrícolas o mineras de significación, la presencia de esclavos negros en La Margarita fue siempre mucho más reducida que en las Antillas o en Tierra Firme, su existencia y la de sus descendientes está acreditada no sólo en el censo de 1737, sino también en los libros parroquiales de la época, donde encontramos bautismos y matrimonios de esclavos, mulatos y “pardos” libres. A diferencia del caso de los guaiqueríes, entre los “pardos” el uso de apellidos que originalmente habían sido exclusivos de blancos estaba muy extendido, aunque en la Banda Norte algunos apellidos como Gamboa, Gamero, Valdivieso, Lugo, Fermín, Núñez y Vicuña se daban casi exclusivamente entre ellos.

El teniente don Alonso Martín Romero


En una fecha indeterminada alrededor del año 1710, cuando en la metrópoli la Guerra de Sucesión se aproximaba a su desenlace y los Borbones estaban cerca de asegurarse el trono de España, en un remoto rincón de las Indias, en la pequeña iglesia de la villa de Santa Ana en La Margarita, tenía lugar el enlace entre un bisoño alférez de las milicias de blancos de la isla, llamado Alonso Martín, y la joven doña María Gabriela de Salazar. Ambos pertenecían a familias blancas situadas en la cumbre de la pirámide social de esa modesta provincia española de ultramar.

Plano de la isla Margarita, 1764. Archivo de Indias

Alonso, que debió nacer hacia 1685, era hijo del capitán Domingo Martín -o Martín Romero en algunas fuentes- y de doña Francisca González, de quienes sabemos poco. Quizás el capitán fuera hijo de otro Domingo Martín, vecino de la isla, que en 1639 solicitó y obtuvo de la Real Audiencia de Santo Domingo la confirmación del oficio de depositario general de La Asunción. En todo caso, es posible que poseyera hatos de ganado en los valles que conectaban la villa de Santa Ana con el cercano puerto de Juangriego. En estas propiedades, que con el tiempo serían conocidas como La Vecindad de los Martínez -en alusión al apellido ancestral del linaje- o, simplemente La Vecindad, nacerían y morirían durante los dos siglos siguientes buena parte de los descendientes del capitán y de su hijo Alonso.


De Obra Selecta de José Joaquín Salazar Franco, "Cheguaco"

El alférez -después teniente- don Alonso Martín y su esposa doña María Gabriela fundaron una dinastía dominada por hombres. Tuvieron diez hijos nacidos entre 1713 y 1731, ocho de ellos varones, todos apadrinados por su abuelo, el capitán Domingo Martín, y algunos futuros cabezas de linaje. En la partida de bautismo de uno de ellos, llamado Gabriel como su madre, se constata que hacia 1725 el apellido familiar había pasado a ser registrado en los documentos como Martín Romero. Una generación después el Martín desaparecería para dejar solo el Romero, que se consolidaría en lo sucesivo como el apellido familiar.

En 1752 Gabriel Martín Romero contrajo matrimonio con Isabel, hija de su primo hermano el capitán Antonio Meneses de Acosta, a su vez hijo de Francisca Martín, hermana del teniente don Alonso Martín, padre de Gabriel. Necesitaron dispensa del obispo de Puerto Rico. Y para que todo quedara aún más en familia, la ceremonia fue oficiada por don Bernardino Meneses de Acosta, tío de Isabel, primo hermano de Gabriel y cura rector "de la parroquia del valle de la Virgen". La pareja debió gozar de buena posición económica, pues según consta en los libros sacramentales de la iglesia de Santa Ana fueron propietarios de esclavos, lo mismo que Santiago y Silvestre Romero, hermanos de Gabriel.

Partida de matrimonio con dispensa de D.Gabriel Romero y Dª Isabel Meneses de Acosta

Dos generaciones después, un nieto de Gabriel e Isabel, Antonio de la Esperanza Romero, también necesitaría dispensa para casarse en 1808 con su prima tercera Juana Guerra, nieta del teniente don Juan Apolinar Guerra. Ambos contrayentes eran tataranietos del capitán Domingo Martín, fundador del linaje. Don Antonio, que era primo hermano del general Policarpo Mata Romero, futuro héroe de la Independencia de Venezuela, tuvo ocho hijos con Juana Guerra.

Debía ser gente con recursos y considerable prestigio social. Sabemos, por ejemplo, que tanto don Antonio como sus hijos José Antonio y Justo Pastor Romero, junto con sus respectivas esposas, fueron inhumados en el pavimento de la iglesia de Santa Ana, delante del altar del Santo Cristo, privilegio que requería licencia especial del obispo y que estaba reservado a los miembros de la feligresía particularmente generosos con la Iglesia o que habían tenido una trayectoria especialmente destacada en la comunidad. También ha quedado constancia de las donaciones a la Iglesia realizadas por doña Rosa Ramona Ávila, esposa de José Antonio.

Oyarzun, dibujo de Carpenter

Una hermana de José Antonio y Justo Pastor Romero, llamada Segunda, contrajo matrimonio hacia el año 1838 con otro descendiente de “familias de la Conquista” llamado León de Rojas. Don León, nacido en 1817, tenía además sangre vasca, pues su madre, doña María Silvestra de Elizagarate, nacida en 1794 en Santa Ana, era hija de Pedro Ignacio de Elizagarate y Etxabe, natural de Oyarzun en Guipúzcoa, quien había contraído matrimonio con Tomasa, una de las hijas del teniente don Juan Apolinar Guerra, en agosto de 1777. Don León y doña Segunda eran por tanto primos y, como venía siendo habitual en esta familia, requirieron dispensa para casarse. También necesitaron dispensa en 1860 una hija de la pareja, llamada Josefa Rojas, y su primo José María Romero, nieto de un hermano de Antonio de la Esperanza Romero. De una descendiente de José María Romero y de Josefa Rojas Romero volveremos a hablar.


El capitán Juan Eusebio Gamero, mulato y ex esclavo


Pocos años después de enlace del teniente Alonso Martín Romero con Mª Gabriela de Salazar, contraían matrimonio en la misma iglesia el mulato Juan Eusebio Gamero con la "parda libre" Antonia de Rivera. Juan Eusebio era esclavo de doña Leonor de Quijada, rica hembra perteneciente a una de las familias que dominaban el Valle del Norte.

Partida de matrimonio de Juan Eusebio, esclavo de Dª Leonor Quijada, con Antonia de Rivera

Juan Eusebio era un hombre ambicioso. Poco después de celebrarse su matrimonio con Antonia, él y su hermana Petronila obtuvieron la libertad y, a partir de ahí, comenzó su ascenso social. No adoptó el apellido de su ama, como era habitual, sino que conservó el apelativo de Gamero, con el que ya se le conocía, quizás por haber sido el apellido de un propietario anterior. Se unió a las milicias de pardos que, subordinadas a las de blancos, contribuían al mantenimiento del aparato defensivo de la Corona española en América. Esto no sólo es revelador del firme deseo de Juan Eusebio Gamero de cosechar el prestigio que acarreaba la pertenencia al cuerpo, sino que sugiere que había adquirido los medios para ello, pues el puesto no era remunerado y, además, debía costearse uniforme y equipamiento.


Si el teniente don Alonso Martín Romero fue cabeza de un linaje de hombres, Juan Eusebio y Antonia fundaron en cambio una dinastía predominantemente femenina. Tuvieron también diez hijos, de los cuales seis eran mujeres. De estos hermanos, los cinco primeros fueron apadrinados por una pareja notable: el sargento mayor don Diego Moreno, oficial de las milicias de blancos, y su mujer doña Eugenia Veneciano, una de las tres famosas hermanas Veneciano que habían recibido el codiciado lugar de Los Hatos por disposición testamentaria de su padrino, don Juan Pacheco de Villoria, gobernador y Capitán General de la isla de Trinidad. En 1731 Juan Eusebio ya había ascendido a capitán de milicias, pues así figura en la partida de bautismo de su hijo Bernabé, nacido en junio de ese año y apadrinado por el sargento mayor Francisco Gómez. Había subido un largo trecho en la escalera social en los doce años transcurridos desde su matrimonio, cuando aún era un esclavo.

La cuarta de las seis hijas de Juan Eusebio y de Antonia de Rivera fue María Petronila Gamero, bautizada en mayo de 1729, casada en primeras nupcias con un tal Ignacio Malaver y en segundas con el "mulato libre" Juan Francisco Valdivieso, vecino de La Ciudad, o sea de La Asunción. La ceremonia fue celebrada en la iglesia de la villa de Santa Ana, pero curiosamente no ofició el párroco local, sino que le otorgó licencia para hacerlo al vicario in pectore del desaparecido monasterio de los dominicos de La Asunción, que se trasladó a la villa para la ocasión. En 1759, la pareja tuvo una niña a la que bautizaron con el nombre de María Liberata, de la cual hablaremos enseguida.


Epílogo: la descendiente


Doscientos años después del inicio de nuestro relato, hacia 1915, una joven de veinte años cruza en una barca la lengua de mar que separa la isla Margarita de la península de Araya, en la costa venezolana. Era muy alta, de larga cabellera negra y ondulada, tez ligeramente aceitunada y nariz algo aguileña. Su rostro, de facciones angulosas y enérgicas que delataban cierta mezcla indígena, reflejaba una firme determinación. Iba decidida a dejar atrás las estrecheces de la vida insular para probar suerte en los anchos territorios de tierra firme. Se llamaba Mercedes por haber nacido un 24 de septiembre, celebración de Nuestra Señora de las Mercedes.

Descendía por sus abuelos paternos, José María y Josefa, del teniente don Alonso Martín Romero, y por la madre de su abuela materna, Petronila, de María Liberata Valdivieso y, por tanto, del mulato Juan Eusebio Gamero. Pero el padre de Petronila, León Díaz, era blanco, vástago de un antiguo linaje que, a través de los Amundarain, se remontaba a la célebre Ana de Rojas, ajusticiada en la isla por el "Tirano" Aguirre en un aciago día de julio de 1561. Mercedes, sin saberlo, no solo cruzaba el mar con una pequeña maleta, sino también con la secular historia de La Margarita en sus venas.


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