Saturday, January 28, 2017

Más admirada que amada

Había nacido en Madrid, en el número 11 de la calle de Calvo Asensio, en lo que ya entonces -corría el año de 1898- se conocía como el barrio de Argüelles. Pero sus primeros recuerdos de niña no eran de Madrid, sino de Alicante, ya que sus padres habían emigrado a esa ciudad posiblemente buscando mejorar sus medios de subsistencia.

Su nombre al nacer, según consta en su certificado de nacimiento, era Emilia Concepción María de los Desamparados Culebras Morelli; pero cuando en agosto de 1925 contrajo matrimonio en Tetuán, capital del Protectorado español de Marruecos, lo había cambiado por el de Emilia Verdes Montenegro, adoptando el apellido de su abuela Concepción. Ésta murió poco antes de que Emilia naciera, lo mismo que sus otros abuelos. Concepción era hija de un escribano valenciano y nieta de uno de los tres hijos naturales que tuvo Francisco Verdes Montenegro, Marqués de Benemejís, uno de los grandes títulos del Reino de Valencia, con Isabel Llopis.

Nacimiento de Emilia Culebras en el registro municipal de Madrid. Archivo de Villa
De Luis Culebras Verdes Montenegro, padre de Emilia, sabemos poco. Nacido en Barcelona en agosto de 1871, durante un período de residencia más bien corto de sus padres -valencianos- en esa ciudad, se trasladó a Madrid antes de cumplir los veinte años. En el padrón municipal de la Villa y Corte aparece ya en el año 1890 viviendo con su madre Concepción, viuda, y sus hermanos, Amparo y Enrique, en la calle de San Hermenegildo, en lo que hoy es el barrio de Malasaña. Para ese entonces era dependiente de un comercio madrileño, con un salario de 1.200 pesetas mensuales, lo cual debía ser un buen sueldo para un joven de su edad (el alquiler del piso donde vivían era de 25 ptas./mes). Ese mismo año resultó exento del servicio militar, seguramente por ser el único sostén económico de su madre viuda y de sus hermanos más jóvenes.

Hacia 1896, el joven Luis Culebras conoce a la madre de Emilia, Patrocinio Morelli Hidalgo, hija de un profesor de música que había sido oficial del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, José Fructuoso Morelli. Para ese entonces Patrocinio, una joven menuda, de manos finas y tez pálida, acostumbrada a los salones de la buena sociedad madrileña, vivía con su abuelo, Don José Hidalgo y Terrón, ex Primer Profesor de la Escuela Militar de Caballería y una de la mayores autoridades en materia de equitación en la España del siglo XIX. En 1897 Patrocinio y Luis inician los trámites para casarse ante el Provisorato y Vicaría General Eclesiástica de Madrid, pero en agosto cancelan el expediente matrimonial, muy probablemente por el agravamiento del estado de salud de Mª Emilia Hidalgo, la madre de Patrocinio, quien fallece de cáncer en el Hospital de la Princesa ese mismo mes. Las desgracias se suceden y el 24 de diciembre del año siguiente, a menos de una semana de haber dado a luz Patrocinio a su hija Emilia, muere de un derrame cerebral José Hidalgo y Terrón, su abuelo y protector.

La joven pareja reside poco tiempo en el domicilio de la calle Calvo Asensio donde había nacido Emilia, pues un año más tarde, en los primeros días de enero de 1900 nace su segundo hijo, un varón llamado Luis, en la calle Ferraz, también en el barrio de Argüelles. En agosto de 1903 viene al mundo otra niña, Pilar, esta vez en un domicilio situado en la periferia de Madrid, en el número 19 de la calle de las Margaritas, en un barrio de familias de pocos recursos. En el momento de registrar a la niña ante el Juez Municipal del Distrito de la Universidad, Luis Culebras declara ser jornalero. Emilia era para entonces una niña de 4 años. A partir de ese momento perdemos la pista de esta familia en Madrid para reencontrarla en la ciudad de Alicante en noviembre de 1905, cuando nace en esa ciudad Enrique Culebras Morelli, cuarto y último hijo de la pareja. El niño no fue presentado en el registro civil por su padre Luis, sino por un vecino de la pareja. Vivían en el Paseo de San Blas.

Alicante a principios del s.XX, con el barranco de San Blas a la izquierda 
No sabemos si Luis Culebras murió en esos años o se produjo alguna otra circunstancia que hizo que hacia 1908 Patrocinio volviese sola a Madrid, acompañada únicamente por sus pequeños hijos. Tampoco sabemos de qué medios se valió para salir adelante, pero lo cierto es que en diciembre de 1915 recuperamos el rastro de la familia. El pequeño Enrique aparece en el padrón municipal de Madrid de ese año en la lista de los niños acogidos en el asilo de la Paloma, situado en la Dehesa de la Villa, mientras que sus hermanas Emilia y Pilar se encuentran entre las niñas acogidas en el asilo o Casa Especial de Socorro de Vallehermoso, situada en la calle Fernández de los Ríos, donde las hermanas de la Caridad cuidaban de mujeres y niñas pobres. Patrocinio aparece empadronada en ese mismo centro, al servicio del capellán director del asilo, Isaías Gutiérrez Carro, un hombre de cuarenta y tres años con quien también residían sus padres, Luis y Marciala.

Entrega de regalos a las niñas pobres del Asilo de Vallehermoso el día de Reyes de 1915
En esas mismas fechas, pero en otro rincón de Madrid, en una pensión de la calle de San Joaquín, próxima a la plazuela de San Ildefonso en Malasaña, vivía un joven abogado extremeño de veinticuatro años que el año anterior, en 1914, había sacado un brillante segundo lugar en las oposiciones para el Cuerpo Pericial de Contabilidad del Estado y desde julio de 1915 se encontraba destinado a la Intervención Civil de Guerra y Marina. Luciano Valverde Rodríguez venía de una familia de pequeños terratenientes castellanos y extremeños que a lo largo de varias generaciones habían ido ascendiendo social y patrimonialmente hasta que, finalmente, habían enviado a uno de los suyos a estudiar la carrera de leyes. Por los testimonios que nos han llegado de la época, Luciano procedía de un hogar cohesionado, socialmente bien posicionado y respetado en su pequeña comunidad cacereña y mantenía con sus padres y sus hermanas una relación entrañable y al mismo tiempo respetuosa.

Dedicatoria firmada por Luciano en el reverso de su fotografía de graduación como abogado. Archivo familiar.

Sirva este preámbulo biográfico como telón de fondo de lo que ocurrió en los años siguientes, los años en los que Emilia Culebras, una joven de 17 años que debió escuchar de niña las historias del pasado esplendor familiar, se elevó sobre la pobreza y las penurias de su adolescencia en un duro asilo del Madrid de principios del siglo XX, para convertirse en Emilia Verdes Montenegro, una mujer elegante, ingeniosa, socialmente triunfadora, pero genuinamente indiferente hacia cualquiera que no fuera ella misma.

No sabemos cómo y dónde se conocieron Emilia y Luciano. Podemos especular que fue en Madrid entre el año 1915 y el año 1918, que es cuando Luciano recibe la Real Orden mediante la cual se le destina a la delegación de asuntos tributarios, económicos y financieros del Protectorado de España en Marruecos. Podemos especular también que ese traslado pudo haber sido solicitado por el propio Luciano y que esa decisión no estuvo desconectada de su relación con Emilia. ¿Encontrarían Luciano y Emilia impedimentos para contraer matrimonio en Madrid dada la minoría de edad de ella? El hecho es que en 1921, tres años después del traslado de Luciano, les encontramos viviendo como pareja en Marruecos y teniendo su primer hijo sin haberse casado aún. Se casarían cuatro años después, el 3 de agosto de 1925 en la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias de Tetuán, cuando ya habían sido padres de otros dos hijos.

Panorámica de Tetuán, con la iglesia de Nª Sª de las Victorias a la izquierda

El expediente matrimonial de los contrayentes es revelador. En estos expedientes, a los contrayentes no sólo se les exigían sus partidas de bautismo y que llevasen testigos que certificasen su soltería, sino también que aportasen el consentimiento o el consejo de los padres, y en caso de ausencia de éstos por fallecimiento, sus certificados de defunción. Luciano aporta todos estos requisitos al expediente, en particular su partida de bautismo en Villanueva de la Vera y el consentimiento de Carlota, su madre viuda, otorgado ante un notario de esa localidad. Pero Emilia no. No consta su partida de bautismo ni el consentimiento del padre, ni la acreditación de que el padre hubiese fallecido. Sólo un escueto consentimiento que firma su madre, Patrocinio Morelli, residente también en Tetuán, donde se dice viuda de "Luis Verdes Montenegro". Emilia también firma el expediente con el apellido Verdes Montenegro de su abuela paterna.

Estos hechos sugieren que Emilia tuvo desde muy joven la férrea determinación de dejar atrás un pasado lleno de pobreza y estrecheces, que debió resultarle especialmente ignominioso a alguien con sus antecedentes familiares. Cambió su apellido de Culebras al aristocrático Verdes Montenegro. A pesar de la rigidez moral de la época, no dudo en fugarse a Marruecos, sin casarse, con un joven que le proporcionaría seguridad económica y una puerta de entrada a la alta sociedad española de "colonias", seguramente más distendida y menos escrutadora que la metropolitana. Esto además le permitió hacerse cargo de su madre y de su hermana menor, Pilar, a las que se llevó a vivir con ella. Con ello Emilia no sólo demostró un coraje y una independencia casi moderna, rara en una mujer de su época, sino también un gran talento para jugar bien sus cartas y aprovechar sus oportunidades.

Los años de Marruecos, o sea la década de los 20 hasta el advenimiento de la República en 1931, fueron los años dorados de la vida de Emilia; los años de su eclosión como socialité en la cosmopolita sociedad del Protectorado; una eclosión apalancada en la meteórica carrera de su marido en la administración española. Éste en 1923, sólo cinco años después de su llegada a Tetuán con el puesto de Tenedor de Libros, se había convertido en el máximo responsable de la Delegación de Hacienda. La medida de la importancia de este puesto la da el hecho de que al director -o delegado- de Hacienda le correspondía sustituir al Alto Comisario de España en Marruecos durante sus ausencias. Luciano contaba con 32 años en el momento de su nombramiento. Sus responsabilidades, sobre todo en materias relacionadas con el régimen aduanero y las relaciones con la Zona Francesa del Protectorado -Luciano hablaba perfectamente francés-, le llevarían a menudo a Tánger, Rabat y Madrid. También viajo a París, donde estuvo dos meses, en mayo y junio de 1928, como asesor de la delegación española en la Conferencia internacional para modificar el llamado Estatuto aduanero de Tánger.

Luciano Valverde, en el centro de la foto, rodeado de autoridades españolas y marroquíes

A París le acompañó Emilia, a quien vemos en las fotos de la época siempre excepcionalmente bien vestida, un rasgo que se convertiría en adelante y hasta el final de sus días en un elemento esencial de su imagen y personalidad. Se cuenta que en el hipódromo de Longchamp en París un fotógrafo solicitó a Luciano permiso para fotografiar a su elegantísima esposa.

Foto de una dama no identificada en el hipódromo de Longchamp. ABC, 1924
Emilia de 24 años en Tetuán en 1923. Álbum familiar.
Como era de esperarse, la pareja ocupaba una posición social en la comunidad española de Tetuán acorde con el estatus laboral alcanzado por Luciano, reflejo de lo cual es el que éste fuera elegido en 1925 presidente del Casino Español, núcleo de la vida social de las élites españolas en Marruecos.

Toda esta época de viajes, eventos sociales, lujo y glamour tuvo un final abrupto en 1931, coincidiendo con el advenimiento de la Segunda República. En un oscuro episodio que probablemente tuviese más de intriga política y pase de facturas que otra cosa, y detrás del cual estuvo un tal Duque, compañero de cuerpo y rival de Luciano, éste es arrestado por prevaricación el 23 de octubre de 1931. Emilia y sus hijos tienen que irse a vivir con la madre viuda y las dos hermanas de Luciano a la localidad extremeña de Villanueva de la Vera. Los niños son bien recibidos, no así la madre, que en seguida entra en conflicto con su suegra y sus cuñadas, quienes la verían con el recelo que les produciría no sólo el considerarla una "señorita frívola" de Madrid, sino la forma -para ellas seguramente escandalosa- como había entrado en la vida de su hijo y hermano. Fueron de nuevo tiempos duros para Emilia, agravados aún más con el estallido de la Guerra Civil.

Pero en 1937 Luciano Valverde es plenamente rehabilitado; y terminada la Guerra Civil retoma su carrera como funcionario. Tras dos cortos destinos en Tarragona (1941) y Cáceres (1942), en abril de 1943 es nombrado interventor de Hacienda para la provincia de Salamanca. Estos años, hasta su muerte, son para Luciano, cansado y decepcionado de la condición humana, una especie de retiro. Le fue ofrecido un alto cargo en el Ministerio de Hacienda en Madrid, con chalet en la capital, pero declinó la oferta.

Luciano y Emilia hacia 1940 acompañados de sus hijos Luis y Emilio. Álbum familiar.
Mientras tanto, la familia recupera en Salamanca el estatus que tenía antes de la República. Ocupan una casa en la calle Valencia que comparten con el rector de la Universidad, don Antonio Tovar, su mujer Consuelo (Chelo) Larrucea y los hijos de éstos, con los que trabaron una estrecha amistad. Las chicas Valverde brillan en el Casino de la ciudad y Emilia, una vez más, vuelve a estar en lo alto de la pirámide social. Sin embargo, la muerte de Luciano en enero de 1954 acaba con esta segunda edad dorada familiar en Salamanca.

Don Antonio Tovar, en el centro de la foto, y a su izquierda su mujer, Chelo
Tras un fallido tratamiento de radioterapia en Madrid, Luciano murió de cancer de laringe en su casa de la calle Valencia durante un excepcionalmente crudo invierno salmantino. No era un hombre creyente, pero accedió a que en sus últimos momentos un cura le tomara la confesión. El sacerdote al salir de la habitación le dijo a los hijos "vuestro padre es un hombre justo". Murió a las pocas horas. Los testimonios y homenajes que le rindieron en vida las personas que trabajaron bajo su supervisión y el profundo afecto que hacia el sintieron la mayor parte de sus hijos, amigos y parientes confirman esta visión de Luciano como un hombre justo y bueno. Con su muerte la familia no sólo pierde su posición social y económica, sino una figura conciliadora y cohesionadora. Comienza la desintegración familiar. Afloran las divisiones. Se inicia el declive, éste sí el final.

Carta de Don Rodrigo Baeza a su jefe Luciano Valverde. Fuente: archivo familiar
Emilia y Luciano tuvieron nueve hijos, de los cuales el mayor, llamado como su padre, murió de meningitis siendo un niño. A diferencia de Luciano, Emilia no fue una madre de tapar a sus hijos por la noche. Presumía de que su marido estuvo enamorado de ella hasta el último momento, pero al mismo tiempo despreciaba a su familia y sus orígenes rurales extremeños. Este antagonismo lo trasladó a los hijos, entre los que creó dos bandos: los "de su padre y la familia del pueblo", la mayoría de ellos, por los que mostraba un mal disimulado desafecto, y "los suyos", que eran los menos, probablemente los únicos a los que quiso y a los que, sin embargo, no logró inculcar su clase, aunque sí su egoísmo.

Conocí a Emilia, mi abuela, en 1975 cuando ésta ya tenía 76 años. Me pareció una mujer menuda y, al mismo tiempo, regia. Llevaba el pelo blanco con reflejos azulados e iba enfundada en un vestido del modisto Pertegaz. Era ingeniosa, socialmente hábil, carismática y capaz de lograr, sin esfuerzo aparente, que todos los ojos se posaran en ella y todos los oídos la escucharan. También era dueña de una absoluta franqueza y de la capacidad de poner a (casi) todos "en su sitio" con majestad y autoridad. Todo en ella, desde su saber estar, su porte y la manera de ir siempre impecablemente vestida hasta su desprecio por "las clases inferiores", hacía pensar que estabas ante alguien principesco. Murió en 1991 de manera casi repentina, sin haber sufrido ni padecido enfermedad y después de pedir el neceser para retocarse.

Como todo personaje poliédrico, su vida y trayectoria generan juicios contradictorios. Para algunos su historia personal de superación y supervivencia la convirtieron en una persona dura, egoísta, injusta e incapaz de amar; para otros, los menos, fue una madre y abuela excepcional; para todos una mujer elegante y con un espíritu indomable que alguien alguna vez describió, probablemente con acierto, como "equiparable a una fuerza de la naturaleza". Sin duda, más admirada que amada.

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